La pandemia de Covid-19 ha venido acompañada de otra importante y no menos dolorosa epidemia, las rupturas de pareja.
Las horas de convivencia, la falta de espacio y de tiempo personal, pueden haber catalizado conflictos que tenían sus bases en tensiones o desentendimientos previos.
Los profesionales de la psicología llevamos décadas analizando las claves del deterioro de una relación: la falta de comunicación, la pérdida de admiración, la rutina, las deslealtades… Temas de los que ya se ha hablado y se sigue hablando bastamente, y frente a los que podemos presentar un buen arsenal de estrategias eficaces.
Sin embargo, existe a mi entender una causa más profunda y sintética, que explica mejor la mayor parte de las rupturas de pareja y que también estaría en la base motivacional de muchos fenómenos sociales actuales, pero que es con gran diferencia una cuestión difícil de resolver. Estoy hablando de la intolerancia individual al malestar.
Cuando entrevisto en mi consulta a parejas en conflicto o personas que vienen de una ruptura reciente y escucho frases como: -yo no aguanto esto, no soporto más que…, me tiene hart@-que también suelen llegarles de forma pasiva en forma de recomendaciones bienintencionadas de amistades y otro allegados, me suele asaltar un interrogante ¿Qué fué del clásico voto matrimonial: «en lo bueno y en lo malo»?.
-¿En lo bueno y en lo malo?- os estaréis preguntando con cierto cinismo. Muchos escépticos del matrimonio, seguramente lo consideráis una institución obsoleta y, por tanto, estáis firmemente convencidos y decididos a que ninguna de sus fórmulas sean aplicables, o que como mínimo, necesitan una profunda revisión, cuando no abolición. Y puedo estar de acuerdo con esos planteamientos, pero a veces parecería que las formulaciones clásicas se han desmontado sin que se hayan construido propuestas alternativas eficaces o mínimamente funcionales. Y así, nos vamos quedado sin un guión consistente en este y en otros muchos ámbitos de nuestra vida.
Volviendo a la expresión «en lo bueno y en lo malo» para revisarla de un modo crítico, deberíamos darnos cuenta que si se sustenta en un sincero compromiso mutuo, implica, no tanto aguantar lo que me echen (no se trata de sufrir lo insufrible) como de superar o afrontar juntos lo que nos echen. Es pues una expresión de madurez, una declaración de complicidad frente al individualismo egoista, y un compromiso de colaboración y cooperación frente a las adversidades, que seguro tocará enfrentar a lo largo de la vida en común.
A un nivel más psicológico, aceptar una pareja en lo bueno y en lo malo, supone estar dispuestos a considerar respetuosamente la persona a la que nos unimos con todas sus cualidades integradas, las que más nos encandilan pero también las que más nos disgustan, porque esperamos que nuestra pareja, también vaya a ser capaz de amarnos a nosotros con todos nuestros defectos y virtudes.
Y en este punto es cuando os digo que, el número creciente de rupturas de pareja, tiene que ver con un creciente individualismo narcisista, una intolerancia al malestar y una muy preocupante tendencia a idealizar las relaciones y a esperar que lo que nos ofrezcan sea sólo y todo bueno, sin dar lugar a tolerar la diferencia o el defecto del otro, ni a transformar el enamoramiento inicial en una forma más consistente y madura de apego de largo recorrido.
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